Es bien cierto que, como decía aquella parte de Hegel –la que no pretendía emparejarse con lo absoluto–, las instituciones también son trozos del profundo «delirium consuetudines»
Allá por el laberinto sectorial de los subsuelos del hospital, aunque me costó, ayer conseguí comunicarme con el de la columna. Esperaba alguna señal entendible de la Reina de los Corazones de este País de Maravillas –¡Por ahí no gilipollas!… o algo así– y miraba tras cada pilar y poste que veía, pero por allí pasaban de todo menos consulta. Tras confundirme de portón, puse un pie en el limen de la entrada a urgencias y una solícita señora me puso una cofia, rasgó mi «cuello de barco» e hizo que firmara un documento donde me comprometían a asistir bajo mi responsabilidad a quien apareciera insistente por el lugar. Allí el tráfico rodado era vertiginoso y el no rodado pues no fluía, estaba «encasquillau» en la metaética de aquellos subsuelos. Logré por fin mediante cábalas descifrar el número de la puerta de entrada y salida, porque a veces no es el mismo. Un número de tres cifras a resultas de dividir la cantidad de impacientes con los que me tropezaba, por la reducida cantidad de batas blancas con intención de auscultar, que era el mismo montante de pacientes que el de la columna tenía que atender y entender en su intento de jornada laboral. Total, que a mí no me falta ninguna vértebra y la ferralla también la tengo bien. Antes de ayer trabajaba de interina con una vacante bajo trasero y casi todo fue bien hasta que mi desgastado temple ya no dio para mucho más. Entonces me acordé de aquel idealista de lo absoluto: «…previo al ser está la nada y aquel se crea a sí mismo…» pues… ¿porque no voy a opositarme a mí mismo? Casi nadie me iba a decir casi nada por una plaza fija de interino en el hogar de la caritativa entidad bancaria. Y me va mucho mejor, porque así, si tengo que aguantar a alguien aparte de mí, que sea bajo mínimos. Al principio pasaba la escoba cada vez que veía partículas inmóviles, y con el tiempo tenía la sensación de que no hacía más que eso. Pero rememorando esa frase que dice que del casi todo emanan propiedades diferentes a las de cada parte por cuenta propia, ya puestos, me apercibí a mí mismo de que era mucho mejor limpiar casi todo el suelo, porque cada trozo no escobado me iba a ensuciar lo escobado. Y esto sin contar con la materia que no refleja la luz, la oscura, ni con la energía que expansiona el universo, la opaca. Desde que me he hecho amigo del tiempo, he convertido la casa de la plaza fija en pirolítica, me he adherido a la tarifa eléctrica industrial no regulada por el Estado y he conseguido sentirme menos «tontolbote». Cuando salgo subo la temperatura del termostato temporizado a unos dos mil grados y para cuando vuelvo tengo casi toda la casa limpia y el escorial me lo ha absorbido un potente extractor que conecta directamente con los alrededores de la catenaria de los trenes. Porque allí hay casi de todo, hasta hiervas, plantas, árboles y muchos bichos. Y de las futuras consecuencias que «sin queriendo» se desparraman de oficio y de parte desde sofisticados organismos excretores, lo que más me preocupa es acertar con la combinación justa para que la ropa del desierto, la de entretiempos y la del polo sur no sature y abata el perchero, y el armario no desborde. Por la mañana, tras despertarme sobrecogido por la airada apertura de alguna persiana de patio y algún ventanazo que hacen temblar nuestro colchón, salgo con el forro polar y las botas que me presta mi amiga la Katiuska y por la tarde entro dándome after-sun en codos y rodillas. Y para todo esto la mochila me es imprescindible, porque ya es parte de mí, intrínseca ella, inherente, más de mía que de suyo. Y si antes de la fase cigótica la hueva sale dispuesta mediante campos contractivos y gravitatorios, y los renacuajos mediante fuerzas propulsivas y de flagelo, y si por suerte también preparada y dotados para viajar en cigüeña y soportar a los de la recta opinión u ortodoxia, después se pasa a ser corderito de leche para quienes acechan frotándose las manos y otras insignificancias. Y luego ya, si se tiene la gran suerte de sobrevivir –ya que a veces no es asunto exclusivo de uno mismo–, con los años, se va estando y procurando ser hasta esa parte que con esfuerzo se alcanza. Porque si solamente parezco que soy, mi significante no llega a tener apenas significado, cual sea el signo que los intermedie. Algo sí que estas siendo cuando estás, aunque solo creas que pareces y algo perezcas porque sientes que no eres. Con el tiempo que se te presta no siempre te da la vida para intentar ser el que llevas, porque ya pasó aquel en el que no lo buscabas, sino que eras, o sin más, porque tu ser no encuentra la forma de acompañar a tu estar y no quieras forzarlo. Seguro que te asusta o extremas condiciones externas te lo impiden. Pero no creas que puedes poseer al tiempo y hacerlo de tu propiedad, porque antes te posee que dejarse abusar por ti. Y cuando sigues con la intención de apropiártelo, luego continúas con el lugar –como ya lo haces– y después se te escapa una mijilla de inferencia, te arrogas de quien te rodea, salpica, y no gusta casi nada a casi nadie. Algunos utilizan lo prestado como les viene en gana y otras como les dejan que les venga en gana. Y aunque quien lo disfrute o padezca lo haga a su manera nunca parece consumirse, pues antes te consumes tú. Tal vez sea de lo poco intergaláctico que haya, y menos mal que puede escapar a la patraña humana. Porque si el tiempo, siendo relativo, es una abstracción nuestra para entender lo que cambia, o sea, la percepción de alguna diferencia entre ahora mismo y mismamente ahora, y en realidad no existe, entonces no hay más que eternidad y el casi todo ni se mueve y menos aún sus partes más bajas. Pero da la casualidad de que abstraemos sin parar, lo que sea que discernamos, y no dejamos de definir y buscar sentido, pues es también parte de lo que puede trascender a lo demás, pero no por casi todo esto concluimos que no existe lo que incita a la abstracción. Me resulta complicado imaginar a cualquier viviente capaz de sobrevivir donde casi nada se parezca a lo que le afecta. Espacio también hay suficiente. De hecho, hay tanto apoderamiento por el recto gusto de expoliar como propiedades organolépticas alteradas padecen señorías peluconas de la degeneración del 36 y subsiguientes. A mí, como a tantos, el don de gentes y la paciencia empezaron a perdérseme hace tiempo, afectado por estas y aquellas franjas en conflicto perpetuo donde la vida de especialmente algunas y algunos no vale un chavo, y ya ahora, me queda lo que las punticas a mis telómeros. Porque si casi siempre que estás en donde estés, solamente parece que eres, entonces sigues fastidiando el asunto que tienes entre manos varias veces al día. –¿Qué asunto? ¿De qué cojones me hablas? –De los tuyos. –¿Y qué quieres que haga…? Pareces tonto macho… ¡anda y arranca pallá, que no tienes ni puta idea! Este tío no es lo que aparentaba, después de alguna que otra interlocución protocolaria, se suele transformar en lo que de verdad es, algo parecido a la incontinencia sin «enthousiasmos» alguno para con lo contiguo, al unísono con la opresiva autoridad interior que probablemente haya venido de algún exterior torpemente organizado, y nada que ver con la supuesta evolución de esta nuestra especie, a la que algunas veces sigo sin querer pertenecer por mucho que tenga que hacerlo. Entre dos entes siempre hay algo. El espacio es algo, aunque la densidad de lo contenido sea muy reducida, y si no lo hay, es vacío, y para que haya vacío hace falta aspirar, aunque nosotros no podamos conseguir las condiciones de su absoluto, y me da que tampoco el omnisciente de toda la vida, por mucho que «sus» la quieran colar. –Bah… lo mismo me da que me da lo mismo… total, para lo que vamos a estar aquí no me voy a complicar, que bastante tengo con lo que tengo y prefiero seguir «aliñau» y «alineau». Me es mucho más cómodo que alienarme yo a mí mismo, porque no me fío de mí y seguro que saben más que yo. –Qué me dices macho… el tiempo pone a cada uno en su lugar y a ti también te pondrá, ni lo dudes. Aunque el tiempo modifique el lugar de solamente algunes, no creo que lo ocupe. Cuando lo hay también encuentras energía, aunque no sea una fuerza, y si hay muchas de estas, pues hay campos. Sin embargo, los agujeros negros insertos desde la planitud de ciertos prefrontales hasta el revoltijo de sus prosencéfalos, ya son otra cosa. La materia se queda revenida de tal manera que su excesiva densidad degenera en fuerzas extremas de atracción –como las de la Chamuca–, y por esto, la luz fotónica, que es libre y no necesita de tanta energía, es apresada alrededor de su negrura, donde el tiempo se para. Hay algunes que no miran para atrás ni para coger impulso –que de vez en cuando suele venir muy bien– y claro, en situaciones complicadas desprenderse de las dos retinas no es nada práctico porque el muro de las lamentaciones se peta de angustias y solicitudes a quien poco importa el abismo. Y cada instante y lugar son diferentes a los anteriores, porque no paramos de vibrar, y así toda la vida tío… –¡Anda y que te den por saco, payaso! Nunca imaginé que se pudiera ser tan invariante. Que salir a la calle puede resultar a veces todo un reto de contención para los que no entendemos esa facilidad y soltura «asertiva» en directo, y ante tanta interferencia y mientras aprehendemos a regurgitar, preferimos comunicarnos en diferido. Porque las autocomplacientes libertades de algunos tratantes del ganado humano suelen estar muy ocupadas en el ahondamiento de asuntos de mayor mordida y, por supuesto, sin tiempo alguno para esenciales aprendizajes de otra índole, las que se adaptan con y para el ser. Es indudable que hay negocios de mayor interés y da lo mismo lo escombrado de sus entrañas. –¿Y sabes si va a aparecer Mirella? -¿Quién es esa…? -Pues esa chica tan maja a la que se la cierra un ojo sin querer… -¡Hostia sí, sí…la que trabajaba a turnos comprobando mirillas en Sopuerta! -Esa misma. -Pues han debido de ficharla para calibrar miras telescópicas de rifles para la caza la mayor. -No me extraña… es que es un trabajo de mucha responsabilidad. Imagínate que se les desvía el tiro y del susto se les escapa por las rejas un león salvaje en cautiverio y flácido de anorexia, de unos 25 años, medicado por trastorno mayor de la animalidad, y se le ocurre atacarles de un salto con las garras recién hechas a la vuelta de la esteticien. –Terrible sí… -A lo del pobre león a régimen me refiero… -Hombre, lo de la rotura de sus uñas también es un drama… Lo más parecido y cercano a «La Mordida Madrileña» que he visto es cuando compramos pastelería a repartir entre la trinidad de nuestra morada, y al que se supone mío por derecho positivo, la descendienta lo mordisquea, y no sé si por derecho fiscal o por lo natural que es ella. Aunque tras esta temporada de martirio, he recuperado la esperanza desde que ella misma ha decidido ducharse y ha ordenado la mesa de su cuarto sin que, después de la socialización diaria con los «youtubers» o traficantes de la abundancia y del belicismo, haya tenido que recordárselo, me llame «pringao» y me amenace con tenerme una semana incomunicado en el cuarto de la caldera que gotea, so pena de introducirme palillos bajo las uñas y arrancarme los pelos uno a uno, en plan «La Maca» en su épica actuación parlamentaria del lote tragicómico «Franky supporters go to Hollywood», al que ya nos tienen acostumbrados. Es que España ha sido y es un referente mundial en la caza mayor de la resistencia impropia –sus genocidios parecen ser propios por «adecuados» también– y no tuvimos más remedio que pasarnos la esencia de la mejora por la región inguinal y entretener a la somnolencia mientras construíamos puentes entre ultra ortodoxias criminales y opinantes mega favorables a aquellos rectos esfínteres –donde ahora también, cualquier realidad que no sea la suya es sumamente interpretable–. En realidad, nadie hubiera aprobado vuestra pretensión de abrazar los nuevos sucesos del horizonte… ¡Ja, ja, ja… quién iba a quererlo entre tanto hijo de la gran chingada! –Pues quién me iba a decir a mí también… con lo educado que era ese señor, con mujer e hijos, una tortuga aburrida con el cascarón reblandecido, tres salamandras exóticas extinguiéndose y amarradas al cristal y dos cotorros mediterráneos huidos del traficante de turno… que no parecía que iba a hacer lo que hizo, porque si no tenlo por seguro que yo misma me hubiera dado cuenta un poco antes del instante. –Ay chica, son cosas que siempre han pasado, pasan y pasarán, y es lo que siempre habrá mientras se vendan fusiles de asalto en el ultramarinos del Capitolio, no seas tan tiquismiquis. –¿Y qué haces si tu gallina de los huevos de oro te declara la independencia eh Margari? -Pues yo la hostio. –¿Y no hablas primero con ella y le comentas la cantidad de ‘desventajas’ que tiene de suyo dicha secesión? Algo intrínseco, inherente a la propia escisión, que viene con ella y es tan inamovible como la indisolubilidad de la unidad, la del casi todo uno y único a su vez, la que se va acercando a la casi nada. –Pues no. –¿Y no te preocupa que cuando seas muy mayor no quiera seguir poniendo sus huevos a tu lado, y te invite a una residencia de esas que te vas directamente a un hoyo con agujero negro porque quienes trabajan allí no llegan ni para mear sentadas, y que viene muy bien para que ciertos disminuidos se vuelvan a pulir la hucha de las pensiones? –Qué va, de ninguna manera, ya me asistirán los disminuidos de los fondos reservados cuando llegue la ocasión y aceptaré de mucha gana el destino que se me depare. Es bien cierto que, como decía aquella parte de Hegel –la que no pretendía emparejarse con lo absoluto–, las instituciones también son trozos del profundo «delirium consuetudines». No en vano, hasta hace bien poco, las autoridades públicas y protocolos de algunos territorios divinos repartían medallas a reliquias virginales de la era lisérgica de Judea. Y en otros territorios de poder adquisitivo más repartido, pero no de menor pulsión para el arrample, la probabilidad de que acabaran con población expresiva y sin mordaza era muy pero que muy alta, y quienes gemían con esas cacerías mayores dejaran sus cuerpos por jubilación anticipada y algunos incluso transcendieran con honores al universo de la inmunidad. Y menos mal que padre no hay más que uno, porque palmarla más de una vez es cansino, y madre también, que si no ya sería comadreja. Y suerte sería también que los precios se dispararan más todavía hasta quedarnos sin precios, pero me da que somos nosotres a quienes siguen liquidando cualesquiera rebozos mediante.
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